por Jaime Fernández, (fotografía: Francisco Rivas) •
La escritora Carme Riera ha impartido una conferencia extraordinaria, dentro de las actividades de los Cursos de Verano de la UCM en San Lorenzo de El Escorial, en la que ha desgranado los orígenes de su inspiración literaria, así como el lugar de donde salen las voces de sus personajes. La académica de la RAE ha confesado que es escritora gracias a las historias familiares que le contaba su abuela, a las cartas que le hacían escribir las monjas casi a diario y de las clases de literatura que imparte en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Carme Riera reconoce que aquellas historias de su abuela despertaron su imaginación, y además le puso a su alcance poetas que aprendió de memoria, “precisamente porque eran memorables, tanto en mallorquín como en castellano”, y de esa época aprendió también a “abrir bien los oídos, fundamental para quien quiere ser escritor”.
Considera la escritora que “los años 50 en Mallorca, donde todavía no habían aparecido los asesinos de paisajes y sin apenas televisión, era una época estupenda para las narraciones orales”. Además, en su vivencia personal, aquellos años de su niñez estaban llenos de mujeres que contaban historias y esas voces femeninas fueron los primeros personajes que aparecieron años más tarde en sus historias, gracias a aquello que contaban, y que ella escuchaba muy atenta, a veces detrás de la puerta. Opina Riera que los escritores se nutren en muchos aspectos de cosas que les contaron e impresionaron durante la infancia para urdir sus relatos.
Aquel tiempo ya es irrecuperable y “hoy sería difícil encontrar a personas que se expresen con tal enorme cantidad de términos y riqueza de matices. Es el proceso de degradación del mallorquín, apisonado por el catalán estándar que ha ido imponiendo la televisión, lo que resulta idiomáticamente desastroso, y que también se puede constatar en el castellano, empobrecido notablemente por el lenguaje de las redes, porque cuando desaparecen las palabras, desaparecen las cosas que esas palabras nombran”.
Reconoce Riera, de todas maneras, que “vivimos en un momento de aparición de muchas palabras, muchas de ellas provienen de los tecnicismos de la tecnología y una batalla en la RAE es contra el papanatismo y la estupidez de aquellos que hablan de fashion, en vez de moda, o se refieren a las fake news, en lugar de a las noticias falsas, hablan del manager por el jefe, o de los influencers en lugar de los influyentes”.
Las mujeres de su infancia no usaban tecnicismos ni anglicismos y su habla particular es lo que las permitió individualizarlas, porque “cobraban entidad literaria gracias a sus palabras, de ahí que muchas, simplemente, monologan. Se las conoce por lo que dicen, no por lo que hacen”.
La educación
En la literatura de Carme Riera también tiene un gran peso la educación, tanto la que ella recibió en un colegio de monjas, como la que ella misma imparte. En cuanto a las primeras, cuenta que le hacían redactar cartas casi cada día, con la maravilla de que “la carta es un diálogo aplazado, que cobraba todo su sentido antes de la tecnología actual”. De hecho, el género epistolar está presente, por esa influencia, en sus primeros cuentos.
Su literatura también habría sido distinta si no se hubiera dedicado a la enseñanza, si no hubiera aprendido de los textos explicados en clase, si no hubiera tenido el trato cotidiano con los clásicos. Para ella, “enseñar literatura es enseñar en el sentido de mostrar, de evidenciar una visión del mundo, y sólo la lectura de los textos nos proporciona su textura, de ahí que la lectura de la obra es un elemento fundamental de la enseñanza”.
“Leer significa recoger y escoger, como cuando se cosecha. Al leer recogemos aquello que las palabras evocan, hay que seguir leyendo y si me leen a mí me harán muy feliz”, asevera la conferenciante.
Los personajes
Para escribir En el último azul, una de sus novelas históricas, tuvo que “visitar archivos y bibliotecas para usar material de primera mano, como debe hacer cualquier novela histórica que se precie si quiere dar el contexto de esa historia”. Allí encontró interrogatorios de la Inquisición a los judíos conversos, y entre ellos se topó con una mujer que era un personaje maravilloso y que había que recogerla para darle protagonismo. La transformó en epiléptica, para que tuviera visiones y que en una de sus crisis pensara que se le había aparecido la Virgen en forma de mariposa, como un augurio de salvación. Según Riera, “se trata de buscar una voz que con unas pocas palabras da posibilidades de crear un personaje de carne y hueso”.
En cualquier obra, los personajes secundarios tienen su importancia, y en esta novela, por ejemplo, ella misma se dio cuenta de necesitaba un personaje para que escondiera a otro, y ese personaje le empezó a hablar, le contaba cosas tan interesantes que luego le dio mucho más espacio del que había pensado, al final le dio dos capítulos hasta que la mandó callar.
En Las últimas palabras, el protagonista es Luis Salvador, el hijo del último duque de Toscana, que escribió toda una serie de libros sobre Mallorca, de la que se enamoró y donde se quedó a vivir. En este caso Luis Salvador también habló a Carme Riera, con una voz tan potente que no necesitaba interrumpirle, porque todo lo que contaba es como si fuera una confesión general, con unas poquísimas interrupciones de su secretario.
La novela Una sombra blanca se plantea si hay algo después de la muerte con una hipótesis en concordancia con lo que dice el catolicismo. Su personaje, una soprano, decide volver y no quedarse en ese espacio de paz y de luz para cerrar algo inconcluso. Pide a su secretaria, que es periodista, que escriba su vida para intentar encontrar qué es eso que hay que cerrar.
Al analizar su obra, Riera descubre que en sus textos hay más personajes femeninos que masculinos y más personajes marginales, de cualquier condición, “que son mucho más atractivos, los personajes locos son mucho más rentables que los cuerdos”. Añade que la literatura no ha dejado de tratar sobre personajes problemáticos que no se conforman con la vida que les ha tocado en suerte, que estaban descritos para dejar imaginar al lector, mientras que hoy apenas hay descripciones físicas de los personajes, porque “nos aburren las descripciones debido al cine y las series”.
Concluye Riera asegurando que “las palabras permiten despertar a nuestra imaginación y llevarnos lejos, y si las imágenes se han impuesto es porque resultan más fáciles e inmediatas, pero no es cierto que una imagen valga más que mil palabras, al contrario”.