Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel – 3 jul 2023 16:43 CET
El curso “Cambio global y emergencia climática: Retos y oportunidades en tiempos de crisis ambiental”, que se celebra en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense en San Lorenzo de El Escorial, ha dejado claro en su primera jornada que la ventana de oportunidad todavía está abierta, aunque se cierra poco a poco. Para intentar mitigar los daños y que la temperatura no supere los 1,7 grados de aquí a final de siglo hay que empezar a actuar ya, porque mañana será tarde. Fidel González Rouco, profesor del Departamento de Física de la Tierra y Astrofísica de la Facultad de Ciencias Físicas de la UCM, y colaborador en el Grupo 1 del último IPCC, explica que la ciencia todavía está en posición de ofrecer soluciones, “la cuestión está en ponerse de acuerdo”, algo que es realmente complejo. Añade además que en la comunidad científica ya “casi nadie se cree que sea viable lo del aumento de 1,5 grados, pero quizás sí podamos mantenerlo por debajo de los dos grados”.
Frente a una audiencia formada fundamentalmente por biólogos, aunque también otros como una experta en calidad, una periodista y una arquitecta, Fidel González Rouco ha recordado que una diferencia de medio grado, que en principio parece despreciable, implica un aumento de probabilidades de olas de calor de un 14% a un 37%, una pérdida de especies dos o tres veces peor, o un 38% de influencia negativa en los ecosistemas árticos.
Es cierto que los datos no son demasiado optimistas, pero como ha recordado Jorge Gómez Sanz, vicerrector de Tecnología y Sostenibilidad de la Complutense y uno de los dos directores del curso, “peor sería cerrar los ojos ante lo que ocurre”. Por ello, y para traer la actualidad de los últimos datos sobre la emergencia climática en la que vivimos es para lo que ha coorganizado este curso junto a Alejandro Rescia, asesor académico de la Unidad de Campus y Medio Ambiente de la UCM.
La actividad antropogénica en el centro
Tanto Fidel González Rouco como Fernando Valladares, profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), dejaron claro, apoyándose en datos, que no existe ninguna duda en que el cambio global en el que vivimos tiene como principal causa la actividad humana. Es cierto que en otros tiempos la Tierra ha sufrido cambios climáticos, pero nunca de manera tan acelerada como en el que estamos embarcados desde finales del XIX y, especialmente, desde los años setenta del siglo XX.
Valladares recordó que los humanos somos capaces de producir microseísmos, con cosas tan mundanas como la celebración de un gol en un estadio de fútbol o con algunas más preocupantes como la de explotación de un depósito para gas del tristemente famoso Proyecto Castor o la de la sobre explotación de acuíferos que dio lugar al terremoto de Lorca.
Recordó el investigador del CSIC que precisamente el agua está detrás de muchos conflictos en el mundo, más de 340, que pueden provocar la desecación de un entorno natural como Doñana, el hundimiento de la ciudad de México o el intento de trasvasar agua al Segura desde el Tajo, “que no tiene suficiente agua para mantener una cuenca deficitaria”.
El ser humano ha convertido el planeta en un lugar diferente a aquel donde evolucionó nuestra especie y ya desde 2020 “en la biosfera no predomina la vida, sino la masa de lo generado por el ser humano”.
Ante un panorama así, donde “los derechos humanos están por debajo del negocio, donde se tira el 30% de los alimentos producidos para mantener el precio, donde hemos llevado a un millón de especies de plantas y animales al borde de la extinción”, Valladares todavía cree que hay un espacio para la esperanza. Se basa el científico en que, aunque “la ventana está cerrándose, todavía no se ha cerrado, es tiempo para la acción, porque, aunque la cosa está cada vez más difícil, se puede hacer algo”. Opina además que mientras “en adaptación tenemos medalla de oro, en mitigación vamos fatal, con la suerte de que hay un amplio margen de mejora en sectores como el de alimentación”.
Medidas incómodas y difíciles
Reconoce el científico que quizás haya que tomar medidas incómodas, pero eso será lo que “nos permitirá encontrar un nuevo rumbo, ya que entenderemos no sólo lo hay que perder, sino también todo lo que hay que ganar”.
Tras repasar, brevemente, la historia de civilizaciones que cayeron por cambios drásticos en el clima, Fidel González Rouco ha reconocido que, si tuviéramos un botón para no emitir ahora mismo más CO2 a la atmósfera, ya se quedaría todo lo emitido durante un tiempo que puede estar, dependiendo de los estudios, entre varios siglos y miles de años, así que incluso con una emisión controlada las emisiones se seguirían acumulando y la temperatura seguiría subiendo.
Informa, por tanto, de que, si seguimos al ritmo actual de emisiones, en 2050 ya estaremos en el aumento de dos grados a final de siglo, así que “si queremos hacer cambios tienen que ser ahora, este es el momento, porque dependemos de las emisiones acumuladas y el proceso es irreversible”.
Las medidas pasan por soluciones tan difíciles de conseguir como “hacer una reforma económica estructural mundial rápidamente”. Como es lógico, y teniendo en cuenta las diferentes partes del mundo, el problema es que “no existe una solución global, pero sí es fundamental involucrar a la ciudadanía con acciones, y una de ellas es votar el 23J, porque las cosas se pueden poner más difíciles todavía”.
Apunta Fernando Valladares que para concienciar a la ciudadanía es importante sumar narrativas. La del apocalipsis, por ejemplo, es contraproducente, porque puede obrar el efecto rebote, así que “siempre hay que tener un punto de pimienta, que puede venir del sentido del humor y la empatía y las buenas noticias”. Cree Valladares que habría que informar más en positivo, por ejemplo, sobre cómo se beneficia la salud mental de un buen medio ambiente o de cómo la solución no pasa tanto por reducir la velocidad como reducir emisiones, “ahí todos podemos encontrar medidas compatibles que sumen”.
El papel de la Complutense
En esa suma, la universidad, y en concreto la Complutense, tiene un papel relevante, como detallaron Alejandro Rescia y Jorge Gómez. El vicerrector recordó que los modelos de vida y la relación con los medios de transporte tienen una clara relación, y “en la UCM hay muchísimos desplazamientos diarios en transportes particulares y eso sólo se arregla con políticas, que no tienen que ver con coche eléctrico”. De acuerdo con él, un gran impacto se conseguiría con medidas que eviten desplazamientos, como, por ejemplo, el teletrabajo, menos días de docencia, administración electrónica o con medios de transporte públicos masivos.
Rescia explicó todos los pasos que se han dado en los últimos años en la Complutense en un claro compromiso con una sostenibilidad que tiene como base la biosfera, y dentro de ella están la sociedad y, por último, la economía, que tiene que adaptarse tanto a la biosfera como a la sociedad.
Recuerda Rescia que se ha hecho un diagnóstico de los campus de Moncloa y Somosaguas, midiendo indicadores socio-ambientales como la huella de carbono y la huella hídrica, pero también se han acometido otra serie de acciones como un recuento exhaustivo de todas las plantas leñosas de la UCM, que suman 18.138 árboles y arbustos de 152 especies, y la instalación de una simbólica flor solar en el Jardín Botánico complutense.
Aparte de la inminente puesta en marcha de 14 plantas solares en edificios de la Complutense, hay muchas otras áreas de trabajo en las que la Unidad de Campus y Medioambiente está trabajando para desarrollar un campus más sostenible, como demuestra el puesto cada vez más alto en el ranking GreenMetric.
A lo anterior se une la elaboración de un plan propio de sostenibilidad ambiental para los próximos seis años. Un plan que ya está circulando entre los estudiantes para que hagan sus alegaciones y reflexiones sobre lo ya escrito, para que los más jóvenes de la comunidad complutense tengan un papel activo, que luego se fomentará con trabajos académicos y voluntariado ambiental.