por Jaime Fernández (fotografía: Jesús de Miguel)
Un coche deportivo de los años setenta del siglo XX llevaba unos ocho semiconductores, mientras que un coche eléctrico de alta gama actual lleva cerca de 7.000. El primer ordenador del año 1971 llevaba 2.250 transistores, pero el ordenador o el teléfono móvil con el que se lee esta noticia tiene más de 2.000 millones. Son algunos de los datos que ha compartido Jorge Lang, codirector del Clúster de Semiconductores de la Comunidad de Madrid, en el curso de verano de la UCM “Siliconomy, la nueva economía basada en semiconductores” que él mismo dirige. El mismo Lang ha reconocido que el término siliconomy no es nuevo, sino que se acuñó ya en los años ochenta, pero que hoy ha cobrado más fuerza, englobando a la IA y a otras innovaciones digitales que están transformando los modelos económicos y sociales.
Reflexiona Jorge Lang sobre la situación en la que vivimos actualmente y en cómo ha cambiado la especie humana. De acuerdo con él, a los homíninos nos llevó más de medio millón de años dominar el fuego, más de 100.000 para sacar lascas que permitiesen crear herramientas para cortar y, de repente, “ahora vivimos en una vorágine de innovación”. Para Lang hay un punto de inflexión que fue la invención del transistor en 1947, aunque con algunos antecedentes en la incipiente computación que surgió durante la Segunda Guerra Mundial para encriptar y desencriptar mensajes.
La cuestión es que la Humanidad, “entendiendo como tal los últimos 100.000 años, ha sido analógica, y en dos generaciones hemos pasado a ser digitales”. Lang se considera privilegiado por ser un miembro de la generación boomer, que junto con la generación X han sido “la bisagra entre los analógicos y los digitales”, y confía en que la Humanidad siga siendo digital durante mucho tiempo.
El término siliconomy, como es fácil observar, incluye dos términos: silicio y economía. El director del curso explica que se eligió el silicio como el principal semiconductor para hacer los transistores y luego los microprocesadores porque es el segundo elemento más común en la corteza terrestre, tras el oxígeno, así que “es muy fácil de encontrar, es el más barato y el más práctico”.
El secreto de la vorágine en la que vivimos es “poner muchos transistores juntos, haciéndolos cada vez más pequeños para permitir pasar de los 2.250 iniciales a los más de 2.000 millones que hay en cualquier ordenador que te puedes comprar en una tienda”. Se descubrió pronto que lo difícil era hacer un primer microprocesador, “las planchas, las matrices por las que la luz va grabando el procesador, pero el coste de hacer uno o el de hacer muchos más es prácticamente el mismo, y esa es la clave que permitió que se masificase de manera muy rápida y cambió la tecnología y el mundo, porque cambió la sociedad”.
Los nuevos mantras de esos avances son el Internet de las cosas, que ya es factible, porque se sustenta en “una capacidad de computación muy barata y que consume muy poca energía, así como una capacidad de comunicación fácil, sencilla y asequible”. Y el último, que está en pleno auge, es la Inteligencia Artificial que lleva muchos años existiendo a nivel teórico, “pero ahora, gracias a la velocidad de la computación, es práctica y aparece delante de nuestros ojos”.
La realidad, de todos modos, no dibuja una evolución lineal, ni aparecen las innovaciones de repente, sino que hay un decalaje, ya que vivimos en un mundo donde la tecnología se alimenta de tecnología, donde “los semiconductores de última generación necesitan de los semiconductores anteriores para su diseño y fabricación de manera exponencial”. Por ello, según Lang, hay que saber de dónde sale la innovación y cómo preverla para que no nos atropelle, para lo que los fabricantes de semiconductores tienen que aplicar el teorema de la Reina Roja, que implica que “hay que andar deprisa simplemente para no moverse del sitio y si uno quiere avanzar tiene que correr mucho”.
El mundo de los semiconductores prevé para este año un mercado de 624.000 millones de dólares, y se espera que para 2030 sea de un billón de dólares, pero “eso no es lo más relevante, sino todo lo que este sector habilita, todo lo que hace posible”. Eso sí, al ser un mercado con un enorme impacto estratégico en ámbitos como la defensa, las comunicaciones, el transporte o la IA está sujeto a todo tipo de tensiones geopolíticas.
Estas tensiones aumentan cuando se reducen los fabricantes de los semiconductores de última generación, los que están por debajo de los cinco nanómetros de tamaño, que en estos momentos sólo son tres: Samsung, Intel y TSMC. Esta última empresa taiwanesa, que no tiene marca propia, es la fabricante de un 80% de los semiconductores del mundo, de ahí que se haga necesario, romper esa dependencia y comenzar a fabricarlos también en otros lugares del mundo, especialmente en Europa.