por Alberto Martín (fotografía: Jesús de Miguel)
¿Quién les iba a decir a los filólogos que precisamente aquello que parecía hasta hace no demasiado que terminaría con ellos, ahora se ha convertido en uno de sus mejores aliados? Las tecnologías computacionales, con la IA generativa a la cabeza, han convertido los estudios filológicos en unos de los más demandados. De esta relación y de sus particularidades se ha hablado en una de las mesas redondas de la jornada “Filologías y empleo: nuevas prácticas”, celebrada, este 23 de julio, en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense en San Lorenzo de El Escorial.
Laura Martín, de la compañía NTT Data, explica el porqué de esta creciente relación: los humanos nos comunicamos con el mundo a través, cada vez más, de las nuevas tecnologías, de los ordenadores, los teléfonos móviles, las tablets… “Y lo hacemos, cada vez más, hablando con ellas, con Siri, con Alexa… Y esto pasa porque “somos los lingüistas los que hacemos posible que las máquinas nos entiendan”. La llegada de ChatGPT, de la IA generativa, ha supuesto el definitivo aldabonazo. “Ahora las entendemos, adaptamos y entrenamos”, concluye la propia Laura, filóloga integrante del Departamento de Sistemas Cognitivos de la mencionada consultora tecnológica.
Aitor García dirige el Laboratorio de Lenguas Digitales del Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Allí, “con muy poco personal” se desarrollan numerosos proyectos en campos como el diseño de bases lingüísticas, el etiquetado de datos lingüísticos o filológicos, su extracción, análisis, procesamiento… De ello se encarga un equipo compuesto en su gran mayoría por filólogos de prácticamente todas las especialidades, Árabe, Hebrea, Hispánica… “Además de sus conocimientos lingüísticos avanzados les pedimos que tengan un cierto manejo de determinadas aplicaciones informáticas generales o desarrolladas específicamente para cada proyecto”.
Poco a poco, como señala Aitor García, este perfil híbrido que mezcla conocimientos filológicos con tecnológicos se va imponiendo en el sector, y, como él mismo reconoce, en el “caso de tener suficientes recursos para ello” es por los que se inclinaría a la hora de contratar nuevo personal para su centro. No obstante, siempre dando más peso al perfil humanístico. “Yo diría que cuarto y mitad de filólogo”, bromea.
Alicia Díaz, filóloga que trabaja en la empresa privada MINSAIT, del grupo INDRA, también dedicada a la consultoría tecnológica, comparte el análisis de su compañero de formación del CSIC, aunque apunta que, si bien, hasta hace no demasiado un graduado en una Filología, podía perfectamente ser contratado por una empresa computacional, hoy ya se requiere algún complemento formativo relacionado con la tecnología. En su caso, fue el Máster en Letras Digitales de la UCM el que la dio ese valor añadido. “La filología sigue siendo la base de todo, pero cada vez se pide un conocimiento mínimo en herramientas digitales o tecnológicas, saber cómo se estructura un lenguaje de programación, comprender su lógica… Cada vez –concluye- hay que formase más específicamente en todo esto”.
El boom de ChatGPT y la IA generativa ha, si se quiere, acentuado aún más esa necesaria formación tecnológica de los filólogos, pero, como apuntan los tres participantes en la mesa, nunca va a ser necesario ser expertos en programación. “Sí –como apunta Laura- es cada vez más usual que las propias empresas tengan planes de formación para sus nuevos empleados e incluso de formación continua, ya que la tecnología avanza a ritmo frenético. Hoy –bromea Laura- si un día no voy a trabajar, temo que cuando vuelva ya estén por ChatGPT 70.000”.
De acuerdo también con los tres profesionales, los filólogos que se adentren en este mundo tecnológico no deben olvidar que una de sus principales fortalezas es su “espíritu crítico”. Lo necesitarán en múltiples ocasiones, desde evitar los sesgos en la programación hasta la elección correcta de los corpus lingüísticos con los que se trabaja, hasta velar por qué el resultado es el esperado. En suma, concluye Laura Díaz, lo que nos piden a los filólogos es “buscar soluciones innovadoras a problemas complejos, y junto a otros perfiles, más estadísticos, matemáticos o ingenieros, hacerlas realidad”.