por Alberto Martín (fotografía: Jesús de Miguel)
Han pasado más de 20 años de aquel jueves 11 de marzo de 2004, en el que entre 7:37 y las 7:39 horas 10 bombas explotaron en 4 trenes de cercanías en Madrid, en las estaciones de Atocha, Santa Eugenia y Pozo y junto a la calle Téllez, causando la muerte de 191 personas y dejando heridas a otras 1.500. “Me parece que fue ayer”, coinciden en señalar como punto inicial de sus intervenciones Alejandro, Sandra y Vera, las tres víctimas reunidas en la mesa redonda final de las jornadas “La amenza yihadista 20 años después del 11M”, celebrado los días 15 y 16 de julio en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense en San Lorenzo del Escorial. Al dolor que siguen sintiendo, contraponen la esperanza en que aquello sirviera para que la libertad, la democracia y la tolerancia se impongan para siempre.
Sandra Lezcano iba en uno de aquellos trenes, concretamente en la segunda planta del tren que explosionó en la estación de Pozo. Recuerda a la perfección el pitido de cierre de puertas que precedió al estallido, al calor, al pitido en su cabeza que ya no cesó durante horas. Como si fuera ahora, se recuerda debajo del asiento pensando en su Ecuador natal, desde el que había llegado poco antes junto a su bebé en busca de un futuro mejor, y de aquel villancico popular de su tierra que tarareó sin que saliera el sonido de su boca. Recuerda que Tatiana, su niña de entonces 1 año, fue la que le dio fuerzas para salir de aquella barbarie, de aquel lugar en el que ya no había techo ni ventanas y en el que sus ojos vieron imágenes que su mente nunca podrá olvidar. Sandra dice que cuando por fin pudo abrazar a su bebé tras salir del hospital, en el que fue atendida de perforación de tímpano y de una fuerte contusión pulmonar, pensó que si Dios “no quiso dejarme allí, sería por algún motivo”. Esa creencia le ha hecho convertirse en una persona mejor, prepararse, ayudar a los demás desde una fundación de ayuda a personas sin hogar, y trabajar, en suma, para que eso no pueda volver a pasar.
Con la misma motivación que Sandra lleva 20 años trabajando Alejandro para mantener viva la memoria y el legado de su hermano, Rodolfo Benito Samaniego, asesinado en la estación de Santa Eugenia. Apenas se llevaban 14 meses, habían crecido juntos, compartían amigos en su barrio de Alcalá y también del club de judo, en el que ambos se habían formado. Hasta pocos meses antes, cuando él comenzó a trabajar en Leganés, habían ido cada día juntos en autobús desde Alcalá a la estación de Santa Eugenia. Por eso, en cuanto supo lo que había sucedido e hizo el cálculo mental del trayecto, pese a no querer admitirlo, sabía que su hermano estaba en aquel tren. En el momento en el que su hermano murió, a Alejandro quedó “infectado por el terrorismo”. Dice que aún siente dolor y rabia, que trata de gestionar como un valor positivo. Lo hace desde la Fundación que puso en marcha apenas cuatro meses después junto a su familia para recordar a su hermano y para incentivar los valores de la democracia, la libertad, la tolerancia y el compromiso con los derechos humanos. Así, la Fundación Rodolfo Benito Samaniego, entre otras actividades, cada año premia los proyectos que impulsen la convivencia y dan ayudas a la innovación tecnólogica que favorece a los más desfavorecidos o que pueda ser utilizada en catástrofes o accidentes. Su labor en la Fundación de su hermano está logrando que Alejandro sea también “vacuna” de ese virus que le infectó hace ya más de 20 años, “de la medicina que nos permita mantener una sociedad sana y libre. Ante la destrucción –concluye-, la rebeldía de la construcción”.
Vera de Benito como Alejandro perdió aquel 11-M una parte de sí misma. Tenía entonces 10 años, “cuando una panda de ignorantes decidió acabar con mi vida de las primeras veces” y convertirla en una mujer de apenas 10 años. Su padre, Esteban, murió en la estación de Atocha. Ella solo supo entonces que “alguien malo se lo había llevado”, pero las imágenes que vio desde la ventana de su habitación, que daba justo a las vías de la estación de Santa Eugenia, la hicieron ver cómo había actuado “aquel malo”: carreras, gente sin brazos, otros sin piernas… Vera es en la actualidad periodista especializada en terrorismo y radicalización. Es su manera de luchar contra aquellos ignorantes que se llevaron a su padre, el camino que ha elegido para tratar de prevenir la radicalización, para aportar su grano de arena en el largo camino por la paz. Mientras sigue tratando de acostumbrarse a estar sin él. “Creía que con el tiempo le echaría menos en falta, pero es al revés; cada día le echo más de menos. En septiembre me voy a casar y él tendría que ser quien me llevara de su brazo…”, concluye no sin mencionar esa ola de solidaridad que recorrió hace 20 años “Madrid, España, Europa y el mundo” y que aún hoy las víctimas de aquel sinsentido siguen agradeciendo y sintiendo.